La frase que mi hijo leyó en la heladera y le sorprendió.


Hace unos días, mi hijo se quedó mirando la puerta de la heladera y me preguntó, con esa curiosidad hermosa de los niños:

“Mamá… ¿qué es eso del hijo bobo?”

Respiré y sonreí.
Porque no era una frase para él —era una frase para mí.

Yo suelo poner en la heladera recordatorios que quiero tener presentes durante el día.
Pequeñas frases que me invitan a observar mi diálogo interno.
Lo que pienso. Lo que digo. Lo que creo.

Ese día, le expliqué así:

“Lo que ves afuera —eso que te gusta o te molesta—
no es algo separado de vos.
Es un reflejo de lo que llevás adentro.”

Si yo me repito:

“Soy tonto.”
“No puedo.”
“Nada me sale bien.”

¿qué realidad estoy creando?

Exacto:
una realidad que obedece mis palabras.

La realidad no discute.
No analiza.
No pregunta si tengo razón.

La realidad simplemente sigue instrucciones.
Las que yo le doy.
Con pensamientos, con palabras, con emoción.

Por eso le dije:

“Lo más importante no es lo que pasa afuera.
Lo importante es qué palabras sostienen tu deseo, tu meta, tu sueño.”

Si tu hijo quiere ser buen jugador de fútbol,
o aprobar una materia,
o tener amigos,
pero se repite internamente:

“Soy un inútil.”
“No puedo.”
“Seguro me sale mal.”

lo más probable es que eso sea lo que manifieste.

No porque le falte capacidad,
sino porque aprendió a hablarse desde la carencia y no desde la confianza.

Por eso nuestra tarea, como adultos,
no es empujarlos más,
ni exigir mejor conducta,
ni corregir su rendimiento.

Nuestra tarea es enseñarles a darse instrucciones claras,
a usar el lenguaje como herramienta
y no como sentencia.

“Esto es lo que quiero.”
“Puedo mejorar.”
“Voy a intentarlo otra vez.”

Ese es el entrenamiento invisible que transforma resultados visibles.


Te leo:
📩 ¿Qué meta personal tiene tu hijo que todavía no logra? 

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