¿Te sientes agotada de pedirle las cosas a tu hijo una y otra vez?
¿Te ha pasado que sientes que le hablas a una pared?
Pides que recoja sus cosas, que haga la tarea, que apague la pantalla, que se levante se vista y desayune más aprisa para llegar a tiempo al colegio y nada.
Terminas repitiendo lo mismo mil veces, y al final, entre gritos, amenazas o culpa, quizás lo logra… pero tú acabas emocionalmente agotada.
Si estás leyendo esto, probablemente también te has preguntado:
“¿Tiene que ser así? ¿No debería ser más fácil comunicarme con mi hijo?”
Yo también lo viví, te entiendo.
Capítulo 1: ¿Qué Es Realmente el Amor Divino?
El Amor Divino no es un amor blando, ni permisivo, ni emocionalmente inestable.
Es un estado de presencia consciente, una frecuencia espiritual elevada que te conecta con tu esencia más amorosa, paciente y sabia.
Es el amor que no impone, sino que inspira.
Es el amor que no exige, sino que guía desde el corazón.
Es el mismo amor con el que la Vida, Dios, el Universo —como tú lo llames— nos sostiene.
Desde ese amor, una madre/padre puede transformar positivamente la energía de su hogar.
Preguntas guía para reflexionar:
- ¿Cómo sería mi día si en lugar de reaccionar desde la ira o el miedo, eligiera responder desde el amor divino?
- ¿Y si mi autoridad no viniera del control, sino de mi confianza y mi seguridad?
Capítulo 2: ¿Cómo te ayuda el amor divino a comunicarte mejor con tu hijo?
“¿Qué es educar desde el AMOR DIVINO y cómo puedo con este amor conseguir que me escuche y me entienda con mayor facilidad? Incluso, sin necesidad de hablarle.”
La respuesta es simple: el cambio empieza en ti, no en él.
Desde el Amor Divino:
- Tu energía transmite seguridad, y él responde con más atención cuando le hablas.
- Tu tono baja, y su resistencia se disuelve.
- Tu presencia se vuelve su refugio, no su amenaza.
Capítulo 3: ¿Qué cambia en la relación cuando educo desde este amor?
Empiezas a notar que tu hijo se calma cuando tú te calmas.
Obedece sin que lo sientas como una lucha constante.
No se trata de magia ni de trucos, es coherencia emocional.
Cuando dejas de actuar desde la frustración o el miedo, ocurre lo imposible:
Te escucha incluso cuando no hablas.
Capítulo 4: ¿Cómo comenzar a educar desde el Amor Divino?
Paso 1: Reconéctate contigo
- Antes de hablar con tu hijo, respira, no digas nada.
- Pregúntate: “¿Estoy hablando desde el miedo de madre/padre o desde el amor divino?”
- Elige conscientemente si quieres continuar educando desde el miedo a lo que pueda pasarle a tu hijo si no obedece, o prefieres aprender a educar desde el amor divino y lograr un mejor entendimiento con tu hijo/a.
Paso 2: Observa sin juzgar
- Escucha sus palabras, sus frases , son clave para entender su pensamiento.
- Cambia el “¿por qué mi hijo/a hace esto?” por “¿qué necesito yo ver de esta situación y no estoy viendo?”
Paso 3: Habla desde la firmeza amorosa
- Usa frases como:
- “Estoy aquí para ayudarte, cuando te calmes podemos hablar.”
- “Sé que puedes hacerlo, cuéntame ¿Que te dice tu vocecita?.”
Paso 4: Crea momentos de conexión silenciosa
- A veces, solo siéntate junto a él. Sin hablar.
- Tu presencia amorosa tiene más poder que mil palabras. Enséñale a repetir frases que lo empoderen y hagan sentir valioso.
Capítulo 5: ¿Qué pasa si me equivoco o me desespero?
Educar desde el Amor Divino no es ser perfecta, es ser consciente que somos seres creadores de nuestra propia realidad.
Vas a fallar. Vas a gritar. Vas a perder la paciencia, y es parte del proceso.
Lo importante es regresar.
Pedir perdón, ser honesta y transparente para tu hijo/a.
Mostrarle a tu hijo que tú también estás aprendiendo y cómo consigues el equilibrio emocional y tus objetivos.
Esa es la mejor educación que puedes darle: ser tu el ejemplo de lo que quieres lograr en tu hijo/a.
Capítulo 6: Tu nueva realidad como madre consciente
Ya no necesitas repetir ni rogar.
No necesitas gritar.
No necesitas sufrir.
Solo necesitas reconectar con tu poder más alto: el Amor Divino que ya vive en ti y comenzar a emanarlo.
Desde ahí, no educas desde el cansancio, educas desde el alma.
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Un abrazo
Silvia
